2 de junio de 1537 los indígenas fueron reconocidos como humanos

Mediante la Bula Sublimis Deus, el Papa Pablo III los reconoce y declara seres humanos racionales y espirituales, solicitando que se respeten sus propiedades y pertenencias. 
0
438

Mediante la Bula Sublimis Deus, el Papa Pablo III los reconoce y declara seres humanos racionales y espirituales, solicitando que se respeten sus propiedades y pertenencias.

Esta bula (documento pontificio) que fue publicada en Roma precisamente el 2 de junio de 1537, dos meses y medio antes que se fundara en América la ciudad de Asunción, Paraguay, afirma que ante la información recibida sobre quienes «…maltratan (a los indígenas) como a los brutos animales que les sirven… bajo pretexto de que no son partícipes de la fe católica…», el Papa Pablo III mandaba que a partir de esta publicación se tratara a los indios como «…verdaderos hombres capaces de la fe…» y que se respetase su libertad, propiedades, y que no se les «debe reducir a esclavitud».

Cabe mencionar que solo cinco años después de la publicación de tal bula, el 11 de marzo de 1542, llegaba a Asunción como nuevo gobernador el adelantado Alvar Núñez Cabeza de Vaca y se encontraba con una dramática situación de conflicto entre españoles e indígenas de la región, precisamente respecto del maltrato que daban los europeos a los nativos del lugar.

Algunos historiadores actuales desentrañaron datos de la vida en esta región en esa época en la que el adelantado Alvar Núñez vio las Cataratas del Iguazú, y asumió su cargo como gobernador.

El historiador Felipe Pigna menciona en su libro “Mujeres tenían que ser”:

«(Expedicionarios, capitaneados por Juan de Ayolas) …a comienzos de 1537 a cercanías de la confluencia del río Paraguay con el Paraná, formalizaron una alianza con los payaguaes, que confiaban en que las armas de los recién llegados serían una interesante contribución a la guerra que libraban contra otras parcialidades guaraníes de la zona. Esta alianza se formalizó de la manera que era habitual entre los guaraníes: mediante la ‘entrega’ de mujeres».

La enorme tergiversación por parte de los españoles sobre la alianza “mediante entrega de mujeres” fue justamente el problema con el que se encontró Alvar Núñez cinco años después, cuando pasando por las Cataratas, llegó a Asunción para tomar su cargo de gobernador de toda esta región. Se encontró con un estilo de vida totalmente desordenado, oportunista, y avasallante, lejos del respeto que los nativos habían pretendido haciendo alianza con ellos.

Una de las denuncias encontradas, mencionada también por Pigna, es la del ex-alcalde católico Alonso Aguado, quien en 1545 escribió: “Verdaderamente no vivimos como cristianos sino peor que los de Sodoma…” y “…Y no nos contentamos con imitar a la secta de Mahoma y su Alcorán que mandaba que pudiesen tener siete mujeres, hay algunos entre nosotros que tienen veinte y a treinta y a cuarenta y de ahí en adelante hasta sesenta”. Otros, como el cura Martín González decía: “querer contar e enumerar las indias que al presente cada uno tiene, es imposible, pero hay cristianos que tienen a ochenta e a cien indias”.

Si bien en esta región los Guaraníes acostumbraban a tener más de una mujer, era propio para ellos retribuir con algún servicio por ellas a sus suegros y su familia, pero claro está, según las denuncias hechas por varios habitantes de esa época, que los españoles no se dedicaron a investigar las costumbres locales y mucho menos respetarlas.

Cuando Alvar Núñez llegó a la región encontró a los bravos y valientes conquistadores en exactamente la situación en la que habían soñado al escuchar lo que les ofrecía el viaje al “Nuevo Mundo”: tirados en sus casas, sin ninguna intención de trabajar, menos labrar la tierra y menos aún con ganas de dar el lugar de respeto que se merecía el nativo. Sus mujeres-siervas-esclavas no solo les daban placer sino se dedicaban a mantenerlos en todo sentido.

El mismo cura González en otro reporte dijo claramente:

«Y visto por estas mujeres que los españoles las tratan tan mal, de muy aburridas y como gente que no tiene entendimiento, muchas terminan por matarse a sí propias».

Otro religioso, Luís de Morales, que también menciona el historiador bonaerense, describió de manera contundente cómo era la vida en esta región en la época en la que Alvar Núñez vio nuestros saltos, y sin querer quizás explicó el por qué a la historia centralista oficial le convenía contarnos otras cosas. Dice Morales: “quieren vivir a su propósito… y tienen escondidas las indias sobre diez llaves… y las azotan y trasquilan para que hagan su voluntad, y como todos son de la misma opinión se tapa y disimula todo”.

Harta de los abusos, le cortó el cuello

Lejos de esa romántica pasividad con la que pintaron siempre a los guaraníes, quedó registrado en la historia que sus mujeres, cansadas de las injusticias mencionadas arriba parcialmente, comenzaron una feroz revuelta. Entre ellas Juliana, una guaraní, que harta de los abusos de su “amo”, lo degolló un jueves santo.

Por mucho tiempo, en nuestro país, y especialmente en nuestra Misiones, la historia oficial nos decía que mientras en el Caribe llegaban unos hombres con grandes barcos y largos atuendos, acá no ocurría nada ni había nadie, menos mujeres.

También nos contaban que mientras otros hombres de la misma refinada Europa, un tiempo después llegaban a nuestro territorio y pasaban cerca, yendo a Asunción, acá todavía no había pasado nada ni habitaba nadie, ni había nada para contar. Éramos un pedazo de monte con indios; nada más.

Pero acá sí había mucho. Tanto que quizás a los que escribían la historia oficial les daba vergüenza contar. Afortunadamente, la vida nos da la oportunidad de conocer qué sucedió en realidad, gracias a quienes reivindican a los que fueron ignorados por la historia de los que ganan, o por los nunca ausentes: obsecuentes de quienes “ganan”.

Así aparece Juliana, una aborigen guaraní que vivió en los años cuando Pedro de Mendoza, un noble español muy ligado al arzobispo de Toledo, envió a un grupo liderado por Juan Ayolas a buscar la “Sierra de Plata” subiendo por el Paraná. Éstos, según nos alumbra Pigna en su libro Mujeres Tenían que Ser, al llegar a la confluencia con el Río Paraguay hacen una alianza con los payaguaes, quienes buscaban ayuda contra sus adversarios.

Esta alianza se selló con la “entrega de mujeres”, conforme a la costumbre guaraní mencionada anteriormente, y a pesar que fue condenada por muchos cronistas de la época como una costumbre “bárbara”, era exactamente igual a lo que hacían los reyes europeos, entregando a las princesas a extraños príncipes para realizar una “alianza de sangre para asegurar los acuerdos”, que dicho sea de paso estaba totalmente bendecido por la santa iglesia y aceptado por los que demonizaban a los indios.

Esto llevó a que los tan célebres europeos, sin comprender el significado del sello de confianza aborigen, empezaran a apropiarse literalmente y sin control de mujeres guaraníes. Según las crónicas del cura Martín González “paréceme que hay cristianos que tienen a ochenta e a cien indias, entre las cuales no puede ser sin que haya madres, hijas, hermanas…”.

Francisco de Andrada en 1545, según otro registro mencionado por Pigna, “confirma la inutilidad y la vagancia de los valerosos conquistadores, quien justificaba el sometimiento de las mujeres guaraníes porque de lo contrario hubiesen tenido que trabajar ellos”.

Decía:

«Hallamos, señor, en estas tierras, una maldita costumbre: que las mujeres son las que siembran y cojen bastimento, y como quiera que no podíamos sostener por la pobreza de la tierra, fue forzado cada cristiano a tomar indias de esta tierra, contentando a sus parientes con rescates, para que les diesen de comer».

Esta apropiación y abuso llegó a tal punto que quedan muchos registros de quienes intercambiaban las indias por mercadería, como Domingo de Irala, “quien vendió a Tristán de Vallartas una india cario por una capa e un sayo de terciopelo…” y otros que cuando algún juez eclesiástico iba a cobrar las penas “las pagaban con indias”.

Así sucedió que cuando los guaraníes notaron que los españoles no vinieron para hacer alianzas con ellos, sino a someterlos y esclavizarlos, empezaron a rebelarse. Cuentan los registros, que algunas aborígenes intentaron escaparse a los montes, y fueron perseguidas, traídas de vuelta, y apresadas con cepos en los pies. Otras comían tierra, ceniza, carbón y otras cosas para suicidarse, y por esto los españoles las encerraban en cestos que colgaban de los techos para que no pudieran alcanzar la tierra.

Allí colgadas, eran obligadas a trabajar y dormir; y era tal el maltrato que los españoles mataban casi por entretenimiento a los hombres guaraníes sospechados de haber tenido alguna relación con las mujeres esclavas, inclusive públicamente sin remordimientos y encubiertos por todos, pues eran cómplices en la maldad.

Cansada de estos abusos, Juliana, quien era “pertenencia” de Nuño Cabrera junto a sus hermanas, un jueves santo de 1539, decidió degollar a su excelentísimo amo español e inició una gran rebelión. El ejemplo, según el historiador mencionado, se esparció peligrosamente y los españoles empezaron a temer a las aborígenes.

Al llegar nuestro conocido Alvar Núñez Cabeza de Vaca en 1542, se entera de lo sucedido con Cabrera, y dio cierto consuelo a sus compatriotas ordenando torturar y ahorcar a la brava Juliana y a sus compañeras; y para lograr cierta justicia a sus ojos decretó “que nadie tenga en su casa a dos hermanas o madre e hija ni primas ni hermanas”, y por eso sufrió una revuelta por parte de los ofendidos españoles y lo enviaron preso de nuevo a España, informando al Rey que el nuevo gobernador había abusado de su poder.

Fuentes:

Mujeres tenían que ser, Felipe Pigna – Planeta 2011.
Mitos de la Historia Argentina, Felipe Pigna – Planeta 2009.
Los sometidos de la conquista. Argentina, Bolivia, Paraguay – Ricardo Rodríguez Molas – Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1985.
La mujer paraguaya, protagonista de la historia – Idalia Flores G. de Zarza – El lector, 1987
The Borzoi Anthology of Latin American Literature – Emir Rodríguez Monegal – Alfred A. Knopf, Inc. 1995.

Leave a reply