Padre Antonio: el jesuita que amaron los guaraníes.

Tal fue su amor por él, que enterados de su muerte en 1652, unos cuarenta guaraníes viajaron hasta Lima, Perú, para traer sus restos hasta el pueblo jesuita Nuestra Señora de Loreto, Misiones, Argentina.
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Tal fue su amor por él, que enterados de su muerte en 1652, unos cuarenta guaraníes viajaron hasta Lima, Perú, para traer sus restos hasta el pueblo jesuita Nuestra Señora de Loreto, Misiones, Argentina.

Este personaje único, protagonista de nuestra historia regional, fue y es tan amado no solo por el tremendo amor que ha manifestado expresamente por nuestra gente y nuestra cultura, sino también porque su vida entera expresa la pasión imperfecta de todo ser común, sencillo, de pueblo, que logra sobreponer hasta su propio modo de ser para dejar un legado imborrable entre quienes caminó y vivió.

Antonio Ruíz de Montoya nace el 13 de junio de 1585 en Lima, Perú. Fue hijo único del capitán Cristóbal Ruiz de Montoya, de Sevilla, España y de Ana de Vargas, de Lima, Perú. Su madre murió cuando Antonio tenía tres años. El padre, viudo, pensó que su hijo se educara en España y por ello emprendió viaje, pero al parar en Panamá fueron acometidos padre e hijo de una fiebre epidémica. Falleció el padre quedando Antonio huérfano a los nueve años. En el testamento paterno se indicaba que estudiara en el Colegio de San Marcos, lo que hizo por unos años.

Luego, Antonio decidió alistarse como soldado para Chile y desistió poco tiempo después, mostrándose inclinado  al juego, a la diversión, como él mismo lo describiría, según su colega jesuita Nicolás del Techo: «viví mi juventud a la San Agustín…», «esclavo de vanidades y adorador de Venus…».

Arrepentido de su vida disoluta y después de divagar cual joven confundido, pues había viajado a España, fue a Panamá otra vez, y regresó a Lima, ingresó en el noviciado de los jesuitas el 11 de noviembre de 1606, cuando tenía veintiún años. Allí fue, totalmente cambiado, un ejemplo de virtudes morales e intelectuales.

Estudió la Filosofía y la Teología en el Colegio de Santiago de Chile (1608-1611). Se ordenó de sacerdote en febrero de 1611 y, enseguida (llevaba años pidiéndolo) fue enviado a la llamada “reducción guaraní de Loreto, en el Guayrá” (actual Brasil), acompañando a sus fundadores, los padres italianos José Cataldino y Simón Mascetta.

 

Integrado en cuerpo y alma en las misiones, aprendió el difícil idioma guaraní, predicó sin descanso, bautizó “más de cien mil paganos” a lo largo de su vida y se calcula en 2000 las leguas que recorrió a pie, alcanzando a miles de guaraníes. Tomó a su cargo la protección de los indígenas y los defendió frente a hechiceros y a capitanes españoles, que querían esclavizarlos, cual era la costumbre en la época. En 1620 fue nombrado auxiliar del superior de las Misiones, y en 1622 superior del inmenso territorio de la misión del Guayrá.

Poco después (1629 a 1631) empezaron las agresiones de los paulistas brasileños, que engrosaron las filas de los llamados bandeirantes, aliados con las tribus enemigas de los guaraníes. Se calcula que unos sesenta mil guaraníes fueron muertos, capturados o dispersos hasta que el provincial Francisco Vázquez Trujillo ordenó el traslado de la población hasta la región meridional del río Paraná.

El padre Antonio fue quien organizó y lideró este gran éxodo en 1633: unos doce mil indígenas fueron trasladados por sólo ocho jesuitas, en unas setecientas balsas por el río Paraná, desde el actual estado de Paraná, Brasil, hasta instalarse en el actual territorio de Misiones, Argentina.

Pero antes de todo ello, el padre Antonio fue conocido en todo el ambiente de sus pares en América y también en Europa, por su incansable e incomparable estudio de la lengua guaraní, a la que dio por primera vez el formato escrito, pues hasta entonces solo existía oralmente.

En 1615, el progreso que Montoya y los jesuitas del Guairá habían alcanzado en el conocimiento de la lengua es nuevamente motivo de una nota en las cartas oficiales a los jerarcas de la orden: “Hemos puesto este año mucho cuidado en la lengua procurando hallar nuevos vocablos por medio de unos indios, y así la vamos muy bien desentrañando”.

En el año siguiente, el padre Cataldino escribía al Provincial Pedro de Oñate con la noticia de que “el Padre Antonio ha hecho un arte y vocabulario en la lengua guaraní” . Pese a la buena voluntad para publicar esas obras, la obra de Montoya permaneció en forma de manuscrito por lo menos 23 años.

Después de la hazaña, ya no le restaron dudas. Había que convencer al Rey de la monstruosidad de la destrucción causada por los bandeirantes y de la necesidad de permitiera los indígenas reducidos el uso de armas de fuego: “Es imposible se puedan (las reducciones) en adelante guardar y defender sin defensa de armas así de fuego como las demás que usan y ejercen los vasallos de Vuestra Majestad”, manifestó.

El padre Antonio viajó a España para denunciar personalmente las afrentas a la integridad física delos grupos indígenas y pedir al Rey la concesión de armas de fuego para la defensa de los grupos guaraníes. El derecho al uso de armas de fuego fue otorgado a los indígenas, a través de Montoya, en 1644. Un años antes de recibir esa gracia de Su Majestad, el jesuita había conseguido publicar sus obras en guaraní (el Tesoro de la Lengua Guaraní y Catecismo y Gramática de la Lengua Guaraní) y su crónica en castellano sobre la conquista espiritual en el Paraguay.

Como manifiesta Graciela Chamorro de la Universidad Federal do Grandes Dourados, de Brasil: «Las obras de Montoya fueron escritas con la intención de legitimar la lengua hablada a través de la escritura, para estabilizar y estandarizar las muchas formas de hablar de los pueblos indígenas, para así facilitar el aprendizaje de las lenguas indígenas a los misioneros de la época y a los de las futuras generaciones. Pero en esas obras también quedaron sedimentadas no sólo las formas nativas de hablar y de nombrar sino también la cultura y la visión de mundo de generaciones de indígenas y de misioneros. La obra de Antonio Ruiz de Montoya muestra una serie de elementos que, en rigor, ni él ni sus compañeros necesitaban conocer para realizar su misión. Los registra porque estaba interesado no sólo en lo que él mismo quería decir en guaraní, sino también en lo que losindígenas le decían: quería mostrar también la complejidad de sus expresiones culturales, como prueba definitiva de su civilización».

 

Fuentes:

Fernando Rodríguez de la TorreAntonio Ruíz de Montoya, Biografía – Real Academia de la Historia, España, DB-e.

Chamorro, Graciela, 2018. “Proto-etnógrafo, lingüista, abogado de los pueblos indígenas:
Vida y obra del misionero Antonio Ruiz de Montoya”, in Bérose – Encyclopédie internationale
des histoires de l’anthropologie, Paris.

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