Alvar Núñez, de gobernador a preso y desterrado

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El europeo que registró su paso por Cataratas, llegó a esta región para ocupar su cargo de gobernador, pero por defender a los nativos, lo boicotearon y desterraron al poco tiempo.

Solo cinco años después de la fundación de Asunción en 1537, hacía su llegada a esta región el nuevo gobernador,  Alvar Núñez Cabeza de Vaca, quien en su camino para tomar su flamante puesto, registró el momento en el que vio las Cataratas del Iguazú.

Llegaba, según los registros históricos, en un momento en el que Juan de Ayolas –el que logró realizar una “alianza” con los pueblos originarios, y jefe de toda la partida de exploradores que llegó a Asunción –no volvía de su expedición en búsqueda de oro o plata por el Río Paraguay, y había dejado a Martínez de Irala como gobernador interino de la nueva y creciente ciudad.

Asunción había logrado establecerse como un fuerte español reconocido, conteniendo inclusive a los que no pudieron establecerse en el frustrado comienzo de Buenos Aires, pero esos primeros años seguían siendo muy difíciles, por una simple razón: los bravos conquistadores se negaban a labrar la tierra para obtener sus provisiones y por ello obligaban con abusos esclavizadores a mujeres y hombres nativos para que cazaran y recolectaran frutos para ellos.

La comida, en general, era conseguida por la caza, la recolección o algún que otro cultivo que los conquistadores obligaban a realizar a los hermanos, maridos o parientes de sus vastas mujeres, habidas bajo la supuesta alianza hecha con los payaguáes y guaraníes. Pero esta comodidad de sultanes duró poco, dado que los indios, aparentemente pasivos no tardaron en darse cuenta del engaño.

Después de ver cómo eran maltratadas sus mujeres, algunas atadas de los pies para que no escapasen, otras colgadas de los techos en “jaulas” de fuertes sogas para que hicieran allí todo tipo de labores y evitar que comieran tierra para suicidarse por los horrores que sufrían, y cómo por nada rebanaban el cuello a los varones, los nativos comenzaron a rebelarse y por consiguiente las provisiones faltaban y eran escazas.

Un religioso, Luís de Morales, que también menciona el historiador bonaerense, describió de manera contundente cómo era la vida en esta región en esa época: “quieren vivir a su propósito… y tienen escondidas a las indias sobre diez llaves… y las azotan y trasquilan para que hagan su voluntad, y como todos son de la misma opinión se tapa y disimula todo”.

Otra de las denuncias, mencionada también por Pigna, es la del ex-alcalde católico Alonso Aguado, quien en 1545 escribió: Verdaderamente no vivimos como cristianos sino peor que los de Sodoma…” y “…Y no nos contentamos con imitar a la secta de Mahoma y su Alcorán que mandaba que pudiesen tener siete mujeres, hay algunos entre nosotros que tienen veinte y a treinta y a cuarenta y de ahí en adelante hasta sesenta”.

En esa época, justo tres años antes que llegara Álvar Nuñez, fue cuando la guaraní Juliana, harta de los abusos, degolló a su “amo” y el pánico empezó a correr por la espina dorsal de los bravos caballeros europeos, y este miedo se sumó a la escasez de comida, complicando la gobernación interina de Irala.

Así, cuando llegó Alvar Núñez a principios de 1542 con la “Real Provisión” que lo nombraba como nuevo gobernador de la Provincia de Paraguay, se encontró con toda esta situación de rebeldía y penurias.

Sin embargo, a pesar de toda esa circunstancia y la documentación con el sello del rey que traía el nuevo gobernador, Irala y los que lo acompañaban no quisieron reconocer la autoridad de Núñez. Lo reconocieron solo cuando vieron que éste traía muchas provisiones, y poniendo como requisito “medidas” fuertes contra los rebeldes.

Por esto, según nos ilumina el historiador Felipe Pigna, Alvar Núñez hizo torturar y ahorcar a Juliana y sus compañeras, las guaraníes que se habían rebelado contra sus amos, queriendo lograr el agrado de los que tuvieron que aceptar su autoridad.

Pero luego, para calmar su conciencia quizás, comunicó una resolución que prohibía a los españoles tomar más mujeres de lo necesario hasta diez, y que no fueran parientes directas.

Esto causó mucha molestia entre los habían creado su propio paraíso de mujeres y esclavos propios, y Martínez de Irala –el que había sido gobernador interino –y Alonso Cabrera, el veedor real, organizaron una revuelta contra el gobernador Álvar Núñez en abril de 1544, lo apresaron por un año, lo enviaron encadenado a España con una carta que lo acusaba de abusar de su poder contra Su Majestad el Rey, quien, como era su sabida costumbre, creyó lo relatado en la carta, juzgó a Cabeza de Vaca con inmediatez y lo condenó a vivir desterrado en Orán, Argelia.

Este destierro sirvió de “ejemplo” para quienes osaran meterse con los privilegiados conquistadores europeos y sus finos intereses aquí en América, y puso fin a la carrera de quien fuera gobernador de esta región, y dueño de una vida de grandes odiseas, aventuras, incomparables reportes de hermosísimos sitios de nuestro continente desconocidos en ese entonces.

Fuentes

Mujeres tenían que ser, Felipe Pigna – Planeta 2011

Mitos de la Historia Argentina, Felipe Pigna – Planeta 2009

Los sometidos de la conquista. Argentina, Bolivia, Paraguay – Ricardo Rodríguez Molas – Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1985

La mujer paraguaya, protagonista de la historia – Idalia Flores G. de Zarza – El lector, 1987

Brujas, Locas y Rebeldes. De Anacahona a las Madres de Plaza de Mayo, Susana Dillón,  Letra Buena, Buenos Aires, 1994

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